No es que estuviésemos saliendo ni
que tuviésemos ninguna relación y mucho menos seria. Habíamos quedado varias
veces, y todas ellas acabamos teniendo sexo, mucho y bueno. Ambos parecíamos
insaciables y ambos acabábamos plenamente satisfechos, hasta que volvíamos a
empezar de nuevo. Y cuando no estábamos juntos, él se encargaba mediante
correos, llamadas o mensajes cargados de alto contenido explícitamente sexual,
de encenderme y mantenerme ávida de deseo hasta que volvíamos a encontrarnos de
nuevo.
A pesar de eso, o quizás por eso, me
sorprendió tanto su propuesta. Me pidió que le acompañase a un club liberal,
donde mantendríamos sexo con otras personas en todas las vertientes que
quisiésemos.
Me explicó que él había estado en
varios y me describió situaciones realmente morbosas que había vivido en ellos.
Ahora quería ir a uno nuevo del que le habían hablado, y que la primera
condición era entrar en pareja. Después, cada cual hacía lo que quería con
quien le apeteciese, pero había que entrar en pareja.
Le pregunté si él y yo mantendríamos
relaciones una vez dentro, y me dijo que ya improvisaríamos, pero que
probablemente sí. Y si iba a tener sexo conmigo, por qué no podíamos tenerlo en
su cama, en la misma en la que ya lo habíamos tenido en varias ocasiones. Me comentó también que tenía un par de amigas
íntimas a las que ya se lo había pedido, pero ninguna de ellas aceptó.
Finalmente accedí. Iba a hacerle el
que sería probablemente mi primer y último favor. Y de paso, yo también
satisfaría mi curiosidad que, sin ser excesiva hacia aquel tema, al menos
existía. Fuimos al cabo de dos noches.
Me vestí sexy, tal i como él me
pidió; nos desnudamos casi por completo en el vestuario unisex. Nos dirigimos a
la barra, pedimos una copa y enseguida se le acercó una rubia explosiva, le
tocó en un hombro, le dijo algo al oído que no acerté a escuchar, y se levantó
del taburete dispuesto a marcharse con ella. Antes de irse, me dijo que ya nos
veríamos y que tuviera muy presente que allí no tenía que hacer nada que yo no
quisiese o con quien no quisiese, y que la gente que allí había respetaba esa
cláusula al máximo.
A mi segunda copa se me acercó una
mujer, algo rolliza pero atractiva en conjunto, y mayor que yo. Me preguntó que
si quería jugar con ella. Le contesté que yo era totalmente hetero y que aquel
no iba a ser el día en que averiguase o recorriese “otros caminos”.
Me dijo: “No importa. Mira, yo te
como el coño, si quieres cierras los ojos y te dejas llevar, y mientras tanto
le chupas la polla a aquel que hay en la esquina, que es mi marido”.
Yo estaba algo alucinada, pero decidí
aceptar. Era hasta ese momento mi única propuesta y no iba a estarme varias
horas bebiendo, esperando al que entró siendo mi acompañante.
Nos dirigimos los tres a una habitación aparte. Mientras íbamos
hacia ella, la señora rolliza me explicó que en aquel lugar había habitaciones
individuales, donde podían meterse cuantos quisiesen, o estaba la gran sala
común, una sala con varias camas, de diferentes tamaños, con sillones, divanes,
alfombras,….donde cada uno hacía lo que quería también pero a la vista del
resto de visitantes o usuarios. El mirar o ser mirado en la sala común
propiciaba el morbo de los unos y de los otros, pero nadie podía entrar a mirar
en las habitaciones individuales. Y ella escogió una individual para nosotros
tres ya que, debía ser una gran experta, percibió que yo no estaba
especialmente cómoda en aquel lugar.
Al llegar a la habitación, ellos dos
se besaron, casi con descaro. Ella vino a besarme a mí, pero no fui capaz, le
retiré la cara intentando que no pareciese un desprecio. Ella sonrió, y empezó
a besarme el cuello, mientras me apretaba contra ella, apretándome fuertemente
el culo. Me sorprendió mucho su fuerza.
Me tumbaron en la cama, y entonces el
marido empezó a besarme la boca, lo que se dice literalmente comérsela,
mientras la esposa iba desnudándome poco a poco, acariciando todas las partes
de mi cuerpo a medida que iban quedando al descubierto.
Él fue centrando sus caricias en mis
pechos y ella en la parte interna de mis muslos, hasta que abrió mis piernas, y
se dedicó a jugar con su lengua en todo el centro mismo de mi intimidad.
Me costó reaccionar un poco más de lo
normal, pues lo extraño para mí en aquel momento es que fuese una mujer. Pero
por otro lado, lo estaba haciendo de maravilla y pronto me olvidé de todo para
sentir creo que la mejor sesión de sexo oral de toda mi vida.
El marido introdujo un dedo en mi
boca, que yo lamí y chupé ávidamente. En seguida tuve ganas de algo más. Y él
lo supo. Se puso de rodillas sobre la cama, mi cabeza quedaba bajo su pubis, e
introdujo su pene en mi boca. Él lo movía a su antojo, mientras yo acariciaba
sus muslos con mis manos.
Mis gemidos de placer eran guturales,
cada vez más intensos, ya que aquella señora me estaba haciendo subir al
séptimo cielo con su ávida boca. Cuando no pude más, el marido sacó su pene de
mi boca y me dejó liberar libremente el placer.
Tras recuperarme unos segundos
después, me incorporé y le dije a la señora que no estaba segura de poderla
corresponder. Y me dijo: “No te preocupes, nena,….ya me has dejado a punto a mi
marido, que cuando más dura se le pone es cuando se la chupa una extraña”.
Y allí quedó la señora cargadita en
curvas, cabalgando sobre el pene duro y erecto de su marido, mientras yo me vestía
y me dirigía hacia la ducha, aún sin saber si pediría un taxi y me marcharía
sola de allí o si volvería a la barra a la espera de una nueva propuesta.